Last Exit: Desert compone una estructura lírica en base a la estirpe fotográfica que traza un arco desde Shore y Goldin hasta Soth o Webb y que encuentra en el snapshot la posibilidad de expresar la experiencia cruda de lo real desde una materialidad absoluta. Imágenes cuyo inconsciente óptico logran cortocircuitar el lenguaje. En Last Exit: Desert los libros de fotografía, se convierten en metaobjetos autoconscientes que reflexionan sobre el propio tema tratado en las fotografías de sus páginas, sobre el cuerpo y la piel con la que la imagen habita el presente. El objeto libro se convierte en un elemento retórico donde el devenir fotográfico, a modo de diario o libro de memoria, nos acerca a una temporalidad entendida meramente como cuerpo, y como potencia de relación.
El lenguaje, crea dicotomías, que nos arrastran más allá, a un problema ontológico. El ser, o el no ser.
Es preferible pensar en el devenir, pues en el devenir, radica el Todo. Habla Hegel sobre Heráclito de Efeso: “(…) De (el devenir), forma parte no sólo la generación, sino también la destrucción; ambas son, no simplemente para sí, sino idénticas”. “Ellos no entienden –expresa Heráclito en el fragmento 51- cómo lo que difiere consigo mismo se mantiene en acuerdo: la armonía consiste en la tensión opuesta, al igual que la del arco y la lira”.
El cuerpo, es lo concreto. Está en el aquí y el ahora, en el instante sin duración. Existe en esa temporalidad instantánea, y por ello, es transitorio. El cuerpo es un devenir, y el yo, es un juego representacional, un juego de lenguaje que opta por la polaridad (Yo/el otro). Cuando esta dicotomía queda disuelta en el Todo, a «distancia Zero», se hace posible el final del lenguaje y la clausura de la representación. El último estadio de la erosión. La imagen cero. El desierto no roturado. Lo abierto. Negación de la estructura yoica en pos del devenir, del cuerpo.
Pensar desde el cuerpo es pensar desde la carne, desde la inmediatez animal. Desde el cuerpo político y la potencia del desierto.